Ese día estábamos con Juan Perlo y el “Negro” Benítez en medio de una nota, sentados a la mesa en la vereda de un bar heladería.
Jorge se arrimó al cordón gentil en su bicicleta negra con canasto de repartidor y allí la reunión pareció estar completa. Personajes en la mesa y el “plus” de Gostelli con su vozarrón descargando intermitentes carcajadas que podrían haber despeinado al “libertador” en la cúspide de su estatua en el centro de las cuatro manzanas de la plaza de su propio nombre.
Unos días antes, previo al ascenso, había ganado Unión de Santa Fe y me hubiera gustado ver su rostro resplandeciente y bonachón, estirando una sonrisa de payaso con la tradicional nariz redonda color bermellón, extraído de una camiseta tatengue. La última vez que lo vi, fue en
Me quedó una foto de su época de arquero en Mitre, integrante de una 5ta división exitosa y campeona, como le gustaba decir. Sus cruces con el técnico Merci que según él no lo consideraba por su genio a veces descontrolado, pero no por falta de talento como guardavalla, que lo tenía. Solía contar que jugó más tarde en un cuadro de Colombia en sus recorridas de solitario que tuvo insólitas aventuras que dejaba entrever pero sin desentrañar a fondo.
En mi niñez lo vi en una carrera de bicicletas, fue un domingo alrededor de la plaza, y era el Gostelli que volví a reconocer en estos tiempos, sus facciones insobornables, hasta que partió definitivamente. Ese día pedaleaba refunfuñando o batiendo risotadas y saludando a los amigos que lo vitoreaban y lo cargaban. No era mucho lo que tenía de el y queriendo saber un poco más pensé en el “Capitán Beto” que tantas veces fue mi fuente inspiradora sobre temas futboleros. Dejé solo el teclado por un rato, cerré “la cueva” y caminando lento llegué hasta su quiosco de calle Moreno esquina Laprida. Hablamos un buen rato y en una sinfonía de tono barrial mezclamos de todo “como en botija”, después nos fuimos por las ramas dejando la intención en el aire.
Al final no quise agregar más sobre la vida de Jorge pensando en ser fiel a mi propio recuerdo. Lo del capitán sería para otra “juntada anecdotaria”, tal vez en sociedad con “Jaki”, el flaco ex tornero de la bicicleta que todos los días recala en la playa del viejo quiosco de madera junto a otros amigos. Altar del “chamuyo”, me digo, y a vuelo de pájaro pienso en sus tablas recostadas en la pared de ladrillos desnudos, que seguro han retratado la figura del “quincho” para la posteridad, como si fuera un “sudario profano”, y que se me perdone el atrevimiento.
Texto y fotografía de José López
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